Mónica y su felicidad con las niñas de Kenia
«Llegamos cansados tras un vuelo donde apenas pegamos ojo. Al llegar, Edwina (coordinadora del centro) nos estaba esperando en el aeropuerto. ¡Es la dulzura personificada! De ahí nos fuimos a cambiar moneda local. El tráfico en Nairobi es una locura con lo cual pasamos bastante tiempo en el coche antes de llegar al proyecto. El caos de los coches contrasta con el entorno salvaje que se adivina al lado de la carretera, que anuncia un Parque Nacional.
Llegada: encuentros y bailes
Al llegar al proyecto estábamos nerviosos. Lo primero que vimos es algunas de las niñas con Óscar, otro voluntario de Tumaini que llevaba allí casi dos semanas y que es un encanto. Nos llamó la atención que las niñas lo peinaban a todas horas porque tenía el pelo largo… pero aunque lo tengas corto como Ale o como yo, se las apañan para hacerte trenzas ¡es genial!
Esa misma noche nos presentaron a las niñas, que tenían entre dos y 17 años. También había una bebé que justo llegó en esos días. Tras la cena vivimos un momento mágico: las niñas leyeron la biblia y hacían comentarios sobre lo que han escuchado. Pero lo mejor es que, al acabar, empezaron a bailar y a saltar. Nosotros saltamos y bailamos con ellas mientras dábamos palmas y pensábamos: «qué almas puras y llenas de vida tras haber vivido experiencias tan traumáticas». Os aseguro que seáis creyentes o no, religiosos o no, es irrelevante… Sólo quieres darles amor. Y ellas se muestran felices.
El domingo fuimos a la iglesia y fue alucinante ver a niños y mujeres de los poblados de alrededor con ropas masai. La misa era en inglés, swahili y masai. Salimos a presentarnos y todo el mundo bailó y cantó.
Aventura en el parque de jirafas
Otro día nos levantamos pronto y fuimos con las niñas a ver jirafas a un parque a diez kilómetros y las invitamos a comer. Vimos las jirafas muy muy de cerca y comimos pollo con patatas fritas y kétchup que a las niñas les fascina. Al llegar tras una caminata con mucho polvo, es África… pudimos darnos una ducha de agua caliente, un lujo donde estábamos.
Las niñas están organizadas en grupos y cada grupo se encarga de cocinar para todos un día. Los pequeños no cocinan pero friegan el suelo o recogen papeles. Aluciné porque con cuatro años se toman lavar la ropa como un juego y cuando las demás lo hacen, ellas también.
Me asignaron un grupo y el día que nos tocó hacer la comida ayudé a cocinar el arroz y las judías pintas de la comida. A pesar del humo en los ojos y en el pelo, merece la pena. Ayudé a servir y aclaré los platos que otra chica fregó. Después fregué la ropa como hacen ellas con dos tinajas y jabón. ¡A las cinco de la tarde ya estás cansado! El día empieza intenso y la cena es pronto (19h), igual que irse a dormir.
Estas niñas comparten todo. Si sobraba crema de cacahuete, la repartían entre varias, una cucharada para endulzar el desayuno. Ayudé a algunas mayores con gramática inglesa y alguna de diez añitos con inglés también. Mientras yo estaba con esto, Ale siempre estuvo jugando con ellas, haciendo juegos en inglés e incluso un día jugaron al fútbol ¡y organizó un bingo!
Una de las anécdotas de las que más de acuerdo es de un día que tenía que hacerme cargo de la siesta de las pequeñas. Como eran cuatro, ¡estaba temblando de nervios! Pero para mi sorpresa… justo después de comer, ellas mismas subieron a la cuna y se taparon con la sábana y se pusieron a dormir. Aluciné».
Mónica, viaje solidario en centro formativo para niñas (Kenia), diciembre 2016