Aventura en El Salvador con 10 kilos en la mochila
Uno de los mayores retos a la hora de hacer nuestra mochila de viaje es el de meter toda tu vida dentro para pasar 30 días. ¿Como se hace eso? La respuesta es fácil: ¡simplificando! Os cuento mi experiencia descubriendo El Salvador con mochila, o sin ella…
Me he dado cuenta en estos últimos años de un detalle: en la sociedad en la que hemos crecido nos inundan los pensamientos y las sensaciones de que necesitamos muchas cosas, y, sin embargo… ¡no es así!. La realidad es que nos han hecho creer que necesitamos muchas más cosas de las que en realidad necesitamos. Y, aunque no es fácil, os voy a demostrar el secreto de hacer una maleta sencilla y, sobre todo, que no se pierda por el camino.
Para empezar, quería llevaros a una de mis primeras grandes aventuras mochila al hombro: La Libertad, en El Salvador. Yo tenía 21 años y había decidió que en aquel momento quería viajar a Centroamérica y descubrir El Salvador con mi mochila. Después de buscar ONG con las que colaborar como una posesa, encontré una en la que me aceptaban como voluntaria y que me parecía que estaba bien organizada.
Emocionada y con una dosis de euforia difícil de gestionar, empecé a organizar mi maleta para la que iba a ser una de mis mayores aventuras. Una aventura que se convirtió en uno de los momentos más arriesgados de mi vida, pero ese es otro tema que contaré más adelante.
Este primer ¨gran¨ viaje en el que me sucedió de todo, también fue en el que se perdió la mochila. Y es que, cuando aterrizas en el aeropuerto de El Salvador, como no estés muy atento, en vez de tomar el camino que te lleva a recoger tus maletas, terminas fácilmente en la salida trasera, por un caminillo de tierra con burros y vacas; o en un círculo de gente tomando cervezas y escuchando rap español.
Sin duda, el concepto de orden que yo tenía no era el mismo que tenían en este aeropuerto. Yo, con mis 21 años de inexperiencia, con mi deslumbrante ignorancia y devastadora inocencia, llegaba directamente de Dallas con una sonrisa infantil que iluminaba estadios de fútbol y la cual desconocía todo lo que me esperaba…
Primera lección de aquel viaje…
Si puedes, no factures tu mochila
Si tu viaje tiene tránsito en algún aeropuerto que no es el país final, y tu destino final es un país relajado y con altas dosis de sol y música callejera, las estadísticas viajeras dicen que tienes muchas posibilidades de que tu maleta acabe de veraneo en cualquier otro lugar del mundo, alejada de ti y sin cumplir sus funciones. Probablemente varada en alguna playa de Cancún.
Ese fue mi primer gran aprendizaje. La sonrisa de niña inocente se me quito de un aletazo cuando me vi sin absolutamente nada en el aeropuerto de El Salvador y con una población de mosquitos muy superior a todos los habitantes de Estados Unidos, multiplicada por cuatro.
Viajar con una mochila de 10 kilos significa en idioma aeroportuario que la mochila viaja contigo, con lo cual, no se pierde. Algo importante si llevas tus botes de Relec, mosquitera para no ser carne de cañón y botas de pescadora olímpica para las cantidades incesantes de fango y lluvia que te esperan en tu tan deseada aventura.
Mejor no detallo la vestimenta que me acompañó el resto del viaje. La gente no sabía si identificarme como hombre o mujer, la nacionalidad era una duda constante y mi nivel socioeconómico una gran incógnita. Ahí aprendí que, para todos mis futuros viajes, mi mochila y yo íbamos a tener la relación más estrecha y fiel de toda mi vida, con un nivel de dependencia máximo.
Y, ¿cómo hacer que tu mochila pese 10 kilos?
Primero de todo y desde mi humilde opinión una maleta se hace por orden de importancia y sobre todo teniendo en cuenta principalmente el clima del país de destino:
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- Pasaporte + fotocopia del pasaporte (para no llevar el original siempre encima).
- Pequeño botiquín: medicinas (paracetamol, algún antibiótico, gasas,
- mercromina, antimosquitos, anti diarreico, tiritas…)
- Protección contra el exceso de sol: Gorra o sombrero y una crema de protección solar sin oxibenzona ni octinoxato (para cuidar el medio ambiente).
- Un pantalón largo, dos mudas de pantalón corto y alguna sudadera calentita.
- Número de camisetas equivalente a 1/3 de los días de tu estancia. Es decir, si vas a estar 30 días, llevar 10 camisetas como mucho. Mismo cálculo logarítmico para mudas de ropa interior y calcetines y, sobre todo… ¡No os volváis locos! Simplificad.
- Chanclas y deportivas.
- Toalla lo más pequeña que puedas, pero que logres secarte.
- Un buen libro.
- Cuaderno de notas para apuntar tus vivencias y tus reflexiones, más todos los consejos y propuestas que irás obteniendo de gente muy interesante que te irás cruzando por el camino.
- Y, sobre todo, mete una actitud tolerante, abierta, con ganas de disfrutar, pero con precaución y alerta, porque no te vas a las playas del Mediterráneo.
- Disfruta, porque será uno de los relatos más fascinantes que escribirás en tu mente en la historia de tu vida.
Y, continuando con mi gran aventura, la de El Salvador…
Era el sexto o séptimo día después de mi llegada a aquel país, principios de junio del 2006. Por la mañana, los compañeros y compañeras de la ONG me propusieron ir a la capital, me contaron que había una marcha por el día Mundial del Medio Ambiente. Yo asistí con toda la determinación del mundo, perfectamente alineada en todos sus puntos a mis principales valores, ¡defender el medio ambiente activamente!.
Cuatro horas de marcha, miles de personas entre las calles de la capital, botábamos al son de rap en español con unas letras políticas a las que ritmo no les faltaba. Me recordaban al conocido grupo cubano Orishas, con unas rimas de lo más pegadizas que se te impregnaban en el cerebro. Alegre botaba y cantaba yo como la más activista de todas.
Finalmente, después del mediodía, la marcha llegó a su fin y toda aquella marabunta de gente aterrizamos en una enorme plaza con los únicos cuatro edificios altos que coronaban la desordenada capital de San Salvador. Estando allí, en un momento dado, un señor con toda la amabilidad y calidez del mundo me empezó a hacer cientos de preguntas: qué cuánto tiempo llevaba allí, que qué me parecía la ciudad, si me encontraba a gusto… Para mí, en aquel momento, todo aquel orden de preguntas me pareció de lo más normal en un país y en una cultura donde la gente es extremadamente cálida, cariñosa y atenta.
Con absoluta calma y comodidad, y acompañada a pocos metros de los compañeros de la ONG, yo respondía a todo, participativamente. El hombre, muy amable, me explicó que trabajaba en ese edificio y que me querían hacer unas preguntas, a lo que yo encantada accedí porque no tenía nada que esconder ni había hecho absolutamente nada malo. Al entrar me encontré con una pareja de suizos también dentro del edificio, relajados y con una deslumbrante sonrisa, que me saludaron divertidos.
Al salir del edificio, tanto los suizos como yo, teníamos un sello de deportación en nuestro pasaporte que decía que teníamos que abandonar el país en 48 horas, bajo amenaza de arresto. Se me quitó la sonrisa inocente en un abrir y cerrar de ojos, y la simpatía también. Recuerdo que era miércoles y que el viernes ya teníamos que estar saliendo del país.
Unas horas después, al salir de la oficina de migración, nos esperaban unas mujeres de apoyo a los Derechos Humanos y un abogado. Nos explicaron que solían hacer este tipo de cosas con turistas cuando participaban en manifestaciones, aunque no estuvieran directamente relacionadas con la política, porque el gobierno no quería que periodistas y medios de comunicación extranjeros reportaran sobre determinadas realidades del país.
Tras dos noches sin dormir, el abogado de la ONG de la pareja suiza presentó un recurso de amparo y pudimos permanecer en el país. Os podéis imaginar la sensación y el miedo que se te queda después de una situación así. Con mi vestimenta perro-flautista y un mayor grado de alarma, permanecí dos semanas más en El Salvador. Me enamoré totalmente de la bondad de su pueblo y de la calidez de las personas y aprendí que jamas en mi vida iba a volver a participar en una marcha sin conocer la situación política y social de un país.
Además de la dosis aventurera, el aprendizaje que os quiero trasladar del hecho de viajar a El Salvador con mochila, más concretamente, de 10 kilos es que, viajando ligero, también aprendes a adaptarte mejor al lugar y al entorno, a dejar nuestras dependencias, muchas veces innecesarias, atrás y sobre todo a vivir de manera más sencilla.
Luis Ortiz Salles
Me interesa primera quincena de Octubre
Luis Ortiz Salles
Me gustaría participar en un proyecto solidario durante dos semanas
tumaini
Hola Luis, muchas gracias por tu interés en nuestros viajes solidarios.
Te hemos mandado un email con más información 🙂
¡Feliz día!